Vol. 2 N° 1
Enero - Junio 2021
El propósito de estas líneas es recordar el pensamiento y carácter, en sus años adolescentes, del destacado académico José María Cadenas González, fallecido el 6 de mayo del 2019, mediante una especie de retrato de su vida de temprano pensador, entre el inicio de la dictadura perezjimenista, en diciembre de 1952, hasta la caída del dictador e inicio de 40 años de democracia en enero de 1958. Fui testigo del principio de su decidida vocación intelectual y universitaria, que lo llevó a realizar una destacada carrera académica en posiciones tales como Decano de la Facultad de Humanidades y Educación, Vice-Rector Académico y Director del Centro de Estudios de América en la Universidad Central de Venezuela (UCV); además de Asesor Académico de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho y de otras instituciones de educación superior nacionales e internacionales.
The purpose of these lines is to remember the thought and character, in his teenage years, of the prominent academic José María Cadenas González, who died on May 6, 2019, through a kind of portrait of his life as an early thinker, between the beginning of the Perezjimenista dictatorship, in December 1952, until the fall of the dictator and the beginning of 40 years of democracy in January 1958. I witnessed the beginning of his determined intellectual and university vocation, which led him to carry out an outstanding academic career in positions such as Dean of the Faculty of Humanities and Education, Academic Vice-Rector and Director of the Center for American Studies at the Central University of Venezuela (UCV); as well as Academic Advisor to the Gran Mariscal de Ayacucho Foundation and other national and inter national higher education institutions.
El propósito de estas líneas es recordar el pensamiento y carácter, en sus años adolescentes, del destacado académico José María Cadenas González, fallecido el 6 de mayo del 2019, mediante una especie de retrato de su vida de temprano pensador, entre el inicio de la dictadura perezjimenista, en diciembre de 1952, hasta la caída del dictador e inicio de 40 años de democracia en enero de 1958. Fui testigo del principio de su decidida vocación intelectual y universitaria, que lo llevó a realizar una destacada carrera académica en posiciones tales como Decano de la Facultad de Humanidades y Educación, Vice-Rector Académico y Director del Centro de Estudios de América en la Universidad Central de Venezuela (UCV); además de Asesor Académico de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho y de otras instituciones de educación superior nacionales e internacionales.
José María Cadenas es reconocido entre sus pares como brillante intelectual y docente universitario venezolano y así lo escribieron en el obituario sus amigos de la UCV, su alma mater y hogar de su carrera académica. Lo hicieron de la siguiente manera: “Su solvencia intelectual lo inscribe con indelebles caracteres en la historia contemporánea de la universidad nacional. Y su compromiso claro e inteligente en las mejores causas democráticas en las luchas del pasado y en el convulsivo presente nacional, lo proyectan como un lúcido valor de la política. Pero sobre todo quienes lo conocimos lo recordaremos como el singular ser humano y el amigo entrañable que sin vacilaciones siempre supo ser”.i
Comenzaré esta semblanza del joven intelectual describiendo el ambiente y las circunstancias de nuestros encuentros y reuniones diarias con otros muchachos como nosotros en la placita Lara, para la época de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y en plena Guerra Fría. Acompañaré la narración con algunas fotografías que yo mismo tomé de la placita, tal como era entonces, unos días antes del 1° de enero de 1958, cuando amanecimos ese día de Año Nuevo con la noticia de que la Fuerza Aérea Venezolana se había alzado contra el dictador. Entonces, me pareció que era importante fotografiar aquel espacio físico como recuerdo de nuestra infancia y juventud, aun cuando ya para esa época estudiábamos en la Universidad Central de Venezuela y estábamos residenciados en la capital.
En los primeros años de la década de los cincuenta, en aquella ciudad de la provincia venezolana, con el nombre de Nueva Segovia de Barquisimeto, con aproximadamente cien mil habitantes, la mayoría de los adolescentes tenía como centro de las actividades sociales alguna plaza cercana a nuestro vecindario; la de nuestra temprana juventud fue la placita Lara.
La Plaza Lara está ubicada en la carrera 17 entre las calles 22 y 23 de la ciudad de Barquisimeto, en el para ese entonces llamado barrio Catedral. Por el sur colinda con la Iglesia de San Francisco, que por muchos años fue la Catedral de Barquisimeto, y con lo que fue hasta 1926 el Seminario Santo Tomás de Aquino, cuando se le cambió el nombre por Seminario Divina Pastora; por los otros lados la rodeaban viejas casonas de un siglo de antigüedad, habitadas por algunas de familias de rancio abolengo larense, hoy sustituidas la mayoría por oficinas e instituciones varias, vale decir, que en algún momento burlaron las ordenanzas municipales del casco histórico de la ciudad.
La placita ocupaba un espacio cuadrangular cercado por aceras y columnas cortas de cemento y arena, atravesado por aceras de mosaicos en cruz y diagonales con 48 banquitos de granito convenientemente repartidos (en los años cincuenta, el policía que cuidaba la plaza, era muy estricto, y cuando más de tres personas se sentaban en uno de ellos, se acercaba y les leía las ordenanzas municipales que prohibían tal aglomeración. Por años se trasladaba de la plaza al Cuartel de la Policía, a solo dos cuadras de allí, a la 1: p.m. a rendir su reporte diario de las novedades, acompañado de un perro de su propiedad; nunca faltó a su deber y cuando murió, el perro que le sobrevivió un tiempo, siguió haciendo el mismo recorrido) y de ocho jardines sembrados con crótalos, naranjillos, una mata de anón, un caracaro esplendido, un mamón muy apreciado por los niños, alguno gallitos con que los muchachos librábamos batallas manchándonos las ropas, y uno que otro rosal.
En nuestra juventud, era el lugar de citas para agruparse con miras a algún evento en común entre muchachos amigos; ya fuese para estudiar, acompañado de libros, pizarra, termo con café y una sillita de extensión, o para ir al cine o al “arrocito”ii y en diciembre de madrugada para asistir a las misas de aguinaldo y patinar por las calles o quizás para llevar serenata, armar la partida de béisbol o, simplemente, para disfrutar de la tertulia.
En el centro de la plaza, una estatua de pie del héroe epónimo “General Jacinto Lara”, lucía gallarda.
Los jueves en la noche, cada quince días, había retreta con la Orquesta Municipal y era una fiesta para el vecindario que se reunía a escucharla y a charlar con los vecinos; pero, sobre todo, el evento público más importante de aquel lugar era la visita de nuestra patrona la Divina Pastora, que, desde el cercano pueblo de Santa Rosa, anualmente en procesión, era acompañada de los fieles, en aquellos tiempos contados en miles, y ahora en millones, hasta la ciudad de Barquisimeto. Entonces la placita se llenaba de vendedores de cotufas, raspados y de íconos. La Virgen era recibida frente a la iglesia con fuegos artificiales y música de la Orquesta Mavare”.
Hasta aquí la descripción del ambiente de nuestros años mozos. Para describir las circunstancias políticas y socioeconómicas, tanto a escala nacional como internacional, vamos a tomar unas notas del profesor Emiro Rotundoiii, que las resumen así:
“Los años de Pérez Jiménez (dic.1952-ene.1958) constituyen un lustro con características muy especiales. En medio de un gran esplendor, el mayor que ha tenido Venezuela en toda su historia, se da un gran vacío de actividad política como consecuencia del carácter autoritario y excluyente del régimen. Se instaura, bajo la égida del dictador, un Gobierno muy eficiente en la acción administrativa y en la ejecución de grandes obras de infraestructura, pero con características autocráticas muy marcadas y de total exclusión de los actores políticos y la eliminación de los partidos más activos y populares de los que se habían formado hacia mediados de los años treinta y la década de los cuarenta.
Como perezjimenismo se denomina usualmente al período que va del 24 de noviembre de 1948, fecha del derrocamiento del Presidente Rómulo Gallegos, al 23 de enero de 1958, fecha de caída del dictador Pérez Jiménez. Son nueve años completos de los cuales cinco corresponden realmente al mandato de Pérez Jiménez, que comenzó el 2 de diciembre de 1952 y terminó, como vimos, el 23 de enero de 1958. Los otros cuatros, fueron compartidos con el Comandante Carlos Delgado Chalbaud, asesinado el 13 de diciembre de 1950, y Germán Suárez Flamerich, que completó el período presidencial de aquél hasta el 1 de diciembre de 1952.
Desde el principio del perezjimenismo, el partido ampliamente mayoritario Acción Democrática (AD) y el Partido Comunista de Venezuela (PCV), muy pequeño, pero con importante presencia en los sectores intelectuales, estudiantiles y universitarios, fueron disueltos y sus principales dirigentes expulsados del país. La acción clandestina de esos partidos quedó en manos de sus juventudes, en su mayor parte, estudiantes.
Era la época más acentuada de la Guerra Fría, que ocupó por más de cuatro décadas la escena mundial luego de terminada, a mediados de 1945, la Segunda Guerra Mundial. Pérez Jiménez se alineó decididamente con los Estados Unidos en su enfrentamiento con la Unión Soviética por el dominio del mundo, tanto por la dependencia de Venezuela en relación con el petróleo extraído por las grandes empresas petroleras norteamericanas, inglesas y holandesas, como por las características anticomunistas del régimen.
Tan es así, que entre el 1 y el 18 de marzo de 1954, en pleno ejercicio de la presidencia de Marcos Pérez Jiménez, se reunió en Caracas, en la Ciudad Universitaria, la Décima Conferencia Interamericana, conocida también como Conferencia Anticomunista de Caracas, con la presencia de John Foster Dulles, Secretario de Estado de los Estados Unidos para aprobar la Declaración de Caracas, que justificaba la intervención norteamericana en Guatemala donde el recién electo Presidente nacionalista y de izquierda Jacobo Árbenz representaba, a juicio de la gran potencia del norte, una amenaza para la seguridad de esa gran nación. Esta Conferencia y sus propósitos generaron una enorme oposición por parte de todos los sectores progresistas de América Latina y del resto del llamado Mundo Libre.
En ese ambiente de confrontación mundial que se expresaba por todas partes y en todas las formas posibles (guerras locales, revoluciones inducidas, intervenciones solapadas y abiertas, lucha propagandística de alto nivel, etc.) con fuerte repercusión en los medios intelectuales, políticos, juveniles y estudiantiles de todo el mundo, la lucha que se libraba entre el comunismo internacional y totalitario representado por la Unión Soviética y sus satélites de la Europa Oriental y el liberalismo burgués, defensor de las libertades económicas y políticas encarnado por los Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental. En medio de vasto escenario, pero en un espacio muy restringido, se desenvolvían las actividades de los jóvenes de AD y del PCV en aquellos años de la década de los cincuenta, en medio de un régimen represor y limitativo, todo lo cual significaba una gran privación y un permanente suplicio para esos jóvenes.
Al ser derrocado el dictador Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, las juventudes de AD y el PCV quedaron libres para ejercer sus actividades políticas reprimidas por tanto tiempo, las cuales comenzaron a ejercer con mucha fuerza. Pero un año más tarde, en enero de 1959, surgió la revolución cubana que produjo una fuerte e inmediata influencia sobre estos grupos juveniles. En el caso de AD, la juventud influenciada por la Revolución Cubana no tuvo cabida en los moldes de la vieja estructura partidista, por lo que se separó de la misma para fundar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que pronto tomó la vía insurreccional siguiendo el modelo vanguardista y foquista (término nuevo que se acuñó en aquella época para expresar la posibilidad de iniciar una revolución a partir de un pequeño foco rebelde inicial, como el caso de Fidel y su pequeño grupo de guerrilleros instaurados en la Sierra Maestra) preconizado por el Che Guevara y el filósofo y escritor revolucionario y marxista francés Régis Debray. El PCV, más moderado, y partidario de la lucha de masas encabezada por el proletariado, no estaba muy convencido de esta forma de lucha armada protagonizada por una elite estudiantil, pero se vio arrastrado a ella por las circunstancias del momento y por su larga alianza de lucha clandestina con la juventud de AD en la época de la dictadura perezjimenista.
Esta lucha armada no logró los efectos esperados y fue derrotada a mediados de los años sesenta. Los sobrevivientes se acogieron al plan de pacificación propuesto por el Presidente Rafael Caldera. No obstante, esa fractura que se produjo en la vida democrática de la nación en esos pocos años de la lucha armada tuvo su consecuencia con posterioridad, ya que esas ideas revolucionarias, de carácter marxista, reformuladas por Fidel y el Che Guevara, lograron sobrevivir a la derrota y a la pacificación y se refugiaron en los cuarteles venezolanos para resurgir tres décadas más tarde con la fracasada asonada de Hugo Chávez Frías, que pese a ello llegó al poder en 1998 para quedarse hasta la fecha con los nefastos resultados que todos conocemos.”
Ese fue el ambiente político de nuestra adolescencia y temprana juventud.
Los quinceañeros de entonces teníamos muchas cosas en común; pero yo diría que Che María era diferente en muchos aspectos al resto del grupo o “pandilla” de la plaza Lara. Físicamente su estatura era del promedio de la época (unos centímetros por debajo del 1.70; el promedio de hoy es más alto), blanco y con una incipiente alopecia; su vestir y su comportamiento eran distintos: usaba chaqueta americana que llamábamos “paltó”, camisa de cuello, aunque sin corbata, pantalones de dril, usualmente blancos, grises o beige… que lo caracterizaban.
Los demás raramente cargábamos puesto algún paltó y nos vestíamos con pantalones y camisas kaki muy almidonadas… casi un uniforme. Otra parte de su atuendo era un libro siempre en la mano, el que estaba leyendo en el momento y del que le gustaba y buscaba hablarnos y hasta prestarnos. Yo fui uno de los más grandes favorecidos de esa actitud tan generosa.
Mientras los demás muchachos íbamos al cine a cualquier película, Che María era muy selectivo: le gustaba el cine europeo, especialmente el realismo italiano. No participaba en deportes ni en conversaciones pueriles de burlas y sobrenombres, ni jamás abusó del trato con sus amigos. Che María era un joven serio; un intelectual en ciernes.
Como estudiante en el Liceo Lisandro Alvarado resultó, en la especialización de Filosofía y Letras, el de mejores calificaciones en su cohorte; y así siguió su destacada carrera universitaria en la UCV, en Psicología, y luego el doctorado en Psicología Infantil. Su vida pública se la dedicó a dos actividades que tuvo por vocacionales: a la universidad, en la que hizo carrera académica en la UCV, llegó a alcanzar la más alta jerarquía y posiciones de autoridad, realizando actividades de docencia, investigación, extensión y fomento. La otra fue la lucha por la justicia social.
Che María descubrió su vocación intelectual y política muy joven: antes de los quince años. Nuestra amistad comenzó entonces, pues fuimos contemporáneos (él era sólo un año mayor que yo). Aunque teníamos diferencias ideológicas y confesionales radicales (Che María era comunista y yo católico convencido en la revelación de la fe y la doctrina cristiana, como enseña la Iglesia Católica), algo en común nos unía: la pasión por la lectura. La mía, la había descubierto progresiva y crecientemente desde muy tierna edad antes de hacerme amigo de Che María. Quizás primero con las tiras cómicas de los periódicos, los suplementos encartados en la prensa los domingos, y luego con los libros hoy llamados tebeos de cuentos con dibujos. Con los años fuimos pasando a novelas completas de aventuras y en mi caso de ciencia ficción, y más seriamente a toda clase de ensayos y escritos. Si el hábito de la lectura empieza a desarrollarse en un niño a los 7 años, para los doce es ya un lector apasionado. Creo que estos fueron los casos de Che María y el mío; aunque por lo culto que él era, se debe haber saltado el paso de los tebeos.
Mientras mi experiencia inicial de lector fue espontánea y sin tutor, la de Che María tuvo uno de lujo, su hermano mayor, Rafael Cadenas, destacado entre los poetas más reconocidos y galardonados del habla hispana en el siglo XX y en estos inicios del XXI.
Así que al encontrar en Che María un lector tan interesado como yo en conseguir libros, compartirlos, comentarlos y discutirlos, nuestro trato se hizo continuo en aquellos años.
Mis fuentes proveedoras de ejemplares de libros para leer eran varias: la biblioteca de mi padre; la de un tío, gran lector; la de mi padrastro, muy bien surtida; la del Centro Científico Cultural La Salle, en la que fungía de bibliotecario y la Biblioteca Pública del Estado. Además, compraba libros para irme haciendo mi propia biblioteca (de los que aún conservo algunos) y los libros que nos prestaban los amigos: así que había bastante material al alcance de nuestra pasión lectora.
Che María disponía de una excelente biblioteca en su casa, la de su hermano Rafael Cadenas entonces en el exilio. En la lectura como en el cine, Che María era muy selectivo: creo que sus temas preferidos eran acerca de sociología, psicología, política y literatura. Los míos eran más diversos y dispersos.
Para recordar nuestras preferencias intelectuales, de las que -dado el limitado espacio de que dispongo en este artículo- haré una selección de acuerdo a las de mayor influencia entre nosotros. Comenzaré por las que nos separaban. Después referiré aquellas en las que coincidíamos, como un modo de expresar el pensamiento de Che María, en contraste o en coincidencia con el que mejor conozco: el mío propio, que trataré de reseñar en este retrato de memoria.
Ya dije que Che María era comunista y yo católico practicante. Ambos en cierto modo teníamos fe en la revelación. Che María en los escritos de Marx-Engels y yo en las Sagradas Escrituras, particularmente las del Nuevo Testamento. Yo notaba el carácter profético de ambas revelaciones; sólo que la del marxismo era dado por el llamado Materialismo Dialéctico de fuerzas naturales; las cristianas, por su origen sobrenatural.
Después de un desarrollo intelectual de al menos medio siglo, Che María formó parte de un grupo de ideólogos y políticos revisionistas del marxismo como ideología teórica y práctica, de la llamada izquierda democrática o “pragmática”, en contraste con la “borbónica: que ni olvida ni aprende”— como las clasificó Teodoro Petkoff en su último libro Dos izquierdasiv—, y quienes fundaron el partido “Movimiento al Socialismo” o MAS.
Yo nunca formé parte de ningún partido político, pues pongo mis esperanzas de un mundo mejor, en la evolución del hombre, lo que Teilhard de Chardin llamaba la “noosfera” o mayor concientización en el mensaje cristiano. La fórmula para acabar con los problemas sociales del hombre sigue siendo muy simple; la dio Jesús hace veintiún siglos en su único mandamiento: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”.
Como lo expresó Alfred North Whitehead en Aventuras de las Ideas.
El progreso de la humanidad puede ser definido como el proceso de transformar la sociedad de tal manera que haga los ideales cristianos cada vez más practicables por sus miembros.v
Pero, a mediados de los años cincuenta, el conocimiento sobre la ideología marxista lo recibimos por boca de Che María. No teníamos formación ni argumentos para evaluar o rebatir sus fundamentos, pues las bibliotecas a las que acudíamos por documentación no tenían algún tomo de El Capital o del Manifiesto Comunista, ya que estos títulos eran clasificados como “literatura subversiva”. Bastaba que alguien tuviese un ejemplar de El Capital en su casa, para ser considerado comunista (al extremo de que un señor que nunca conocí y usaba una barba puntiaguda como la de Lenin, por solo eso le decían que era comunista y yo lo creía… en la candidez de la pubertad). El PCV estaba prohibido y actuaba en la clandestinidad y sus líderes eran perseguidos, asesinados, presos o en el exilio. De manera que mis críticas a los argumentos de Che María no eran fundadas sino tomadas de la propaganda anticomunista de entonces. Luego de la muerte de Stalin en 1953, se publicaron sus crímenes y se conoció del genocidio de unos 70 millones de personas en Rusia y Europa Oriental. Recuerdo cuando se lo comenté a Che María en la plaza Lara y me contestó que esos eran inventos de la CIA; pero, en febrero de 1956, con motivo del XX Congreso del PCUS, llamado el de la Desestalinización, Nikita Kruschev, Secretario General del Partido Comunista Soviético, denunció los crímenes de Stalin y el culto a la personalidad, ante 5.000 delegados de todo el mundo, entre ellos, varios de Venezuela. A partir de esas denuncias muchos comunistas comenzaron a dudar de su fe en el modelo soviético de economía estatal centralizada, dejaron de ver al mercado y la libre competencia como a Lucifer con sus demonios, y al burgués como un reaccionario incorregible. Pero, no fue hasta la invasión de Checoslovaquia en la primavera de 1968, cuando hubo una ruptura entre la izquierda venezolana y la soviética, encabezada por Teodoro Petkoff con su libro Checoslovaquia: el socialismo como problemavi que agrupó a quienes habían promovido la guerra de guerrillas de los años 60, apoyados por el castro-comunismo cubano y al que pertenecía Che María. Ese movimiento se pacificó a finales de los años sesenta y entró en el juego democrático con el primer gobierno de Caldera; Teodoro Petkoff fue Ministro de Estado para Planificación del tercer gobierno socialcristiano.
Buena parte de los principios marxistas que Che María daba como científicos, así como sus predicciones de un socialismo determinista fatalmente inevitable, estaban fundamentados en el Materialismo Dialectico: la plusvalía producto del trabajo manual que le roba el capitalista al obrero; las crisis continuas y cada vez más contundentes del capitalismo, con desempleo progresivo de las clases de trabajadoras que mueren de hambre; la sustitución del trabajo por la máquina; el levantamiento de la clase proletaria y la liberación de las cadenas y la esclavitud a la que le somete el capitalista; la dictadura del proletariado y el retorno al paraíso en la Tierra…se demostraron falsos, tal como nos convencieron nuestras posteriores lecturas, particularmente de Russell y Popper. Pero, más determinante para convencernos de los errores del marxismo fue la práctica del comunismo que resultó en un Capitalismo de Estado, sin libertad alguna y de tiranía dictatorial, como ocurrió en los gobiernos opresores y estados policiales comunistas de la Unión Soviética, China, Vietnam, Corea del Norte, Cuba y otros países, en la década de los noventa del siglo pasado, que se fueron derrumbando o transformando en una economía de mercados hasta su final y cuyo mayor símbolo de liberación fue la caída del Muro de Berlín en 1989. Sólo quedaban todavía con el anterior y fracasado modelo Corea del Norte y Cuba en el mundo entero.
Cuando creíamos muerto y enterrado ese modelo del Capitalismo de Estado, surgió en Latinoamérica, en los años finiseculares del XX, un populismo funesto, corrupto, criminal e incompetente que en Venezuela tomó el nombre de socialismo del siglo XXI, con las consecuencias de destrucción y ruina que todos hemos padecido en nuestro país.
No pude conversar con Che María todos estos cambios. Nuestra dedicación a la formación profesional nos separó por un largo tiempo, aunque en varios eventos universitarios coincidimos y volvimos a tratarnos como los amigos que siempre fuimos. Pero, con motivo de pedirle su colaboración en algunos números de la revista PRINCIPIA que comenzamos a publicar en digital, nos dio algunos escritos y reanudamos la comunicación, pues la amistad se mantuvo intacta. Supe entonces que había comprado un ejemplar de mi libro Retrato Intelectual de Bertrand Russellvii con opiniones en las que coincidimos, como no lo habíamos hecho en los años de nuestra adolescencia. También me dijo que compartía ideas conmigo de un artículo que había yo publicado en PRINCIPIA titulado “Progreso científico y libertad”viii. En el primero destacaba las opiniones de Russell argumentando que los principios del comunismo eran falsos y en la práctica aumentan inconmensurablemente la miseria humana. Como se ha demostrado y hay tantos testigos victimas de sus ejecutorias. Y, en mi artículo, usaba las opiniones de Karl Popper en La Miseria del Historicismo y La sociedad abierta y sus enemigosix para argumentar que el Materialismo Dialéctico no era científico. Allí escribí:
En esta monografía trataremos el tema del progreso tecno-científico desde las perspectivas del instrumentalismo— según la cual el propósito de la ciencia es hacer predicciones correctas—, y el racionalismo que la valora más por su poder informativo y explicativo, que nos lleven a conocer la realidad en nuestra secular búsqueda de la Verdad; y con ésta, encontrar el camino hacia un humanismo científico; valga decir, aprovechar el progreso de la tecno-ciencia a favor del hombre y no en contra del hombre.
Y concluía que todas las profecías sobre la evolución del capitalismo, hechas por Engels y Marx, así como por Lenin y sus seguidores durante los 70 años del llamado “socialismo real” habían fallado; difícilmente entonces el Materialismo Dialéctico fue nunca una teoría socioeconómica científica. Por lo demás, el determinismo y el materialismo en que se fundamentaron, que a principios del siglo XX lucían como teorías científicas frente al indeterminismo y la conciencia que sólo eran filosóficas, cambiaron de posición disciplinaria a finales del siglo XX y todo resultó al revés: la conciencia y el indeterminismo es científico; mientras que el materialismo y el determinismo es filosófico.
Hoy creo que a fin de cuentas que Che María y yo llegaríamos a un acuerdo sobre la falsedad del marxismo, como teoría económica y social con resultados tiránicos en su práctica. Pero, desafortunadamente, no llegamos hablar sobre la fe trascendental de alguna realidad fuera del material en un mundo tecnocientífico en que la ciencia es la autoridad determinante del conocimiento. Al respecto yo le regalé a él y a su hermano Rafael Cadenas ejemplares de mi libro Ciencia y misticismo…hoyx en el que sostengo que si bien la ciencia actual no fundamenta el misticismo y la fe religiosa, tampoco se les opone. Hay campo para las conjeturas.
Voy a referirme ahora a las eran nuestras preferencias literarias de la adolescencia. Che María amaba a la poesía; yo, a la ciencia ficción. Che María nos leía a Neruda algunas noches en la plaza Lara. Recuerdo muy bien su lectura de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Por su voz y gestos esa vez se le vio realmente emocionado. En un artículo de PRINCIPIA 41, número en que se homenajeó a Rafael Cadenas por el Premio de Poesía Reina Sofía 2018 que acababa de recibir, Che María confesó que en algún momento quiso ser poeta; pero, le pareció que con Rafael bastaba en la familia.
Los otros géneros literarios de su preferencia eran el ensayo y la novela. De los ensayos recuerdos dos: Los cuatro gigantes del alma de Emilio Mira y López y El hombre mediocre de José Ingenieros.
Los cuatro gigantes del alma, a mi entender, es un libro de conjetura filosófica sobre la psicología científica. Los cuatro gigantes del alma, a los que el autor les da color, excepto al Deber que es incoloro, son el Miedo o gigante negro; la Ira, gigante rojo; el Amor, gigante rosa y el Deber, el gigante incoloro. El Miedo es una emoción compartida con el instinto en los animales; la Ira, el Amor y el Deber son de naturaleza puramente humana. Mira y López en su crítica sobre aquellos, muestra cómo su comprensión puede impedir las conmociones que causan y paralizan la vida humana y ser reorientadas en beneficio de la persona hacia una mejor y sana vida.
Por su parte, José Ingenieros, ítalo-argentino, publicó un ensayo en 1914 que llegó a ser un bestseller entonces y era vigente para cuando lo leímos 40 años después; en esas páginas afirma que no hay hombres iguales, y los divide a su vez en tres tipos: El hombre inferior, el hombre mediocre y el hombre superior; no arremete contra los dos primeros, sino que describe a los tres y exalta al idealista.
Che María cuadraría muy bien en el idealista.
Pero, leíamos otros autores según nuestra preferencia; Che María sin duda alguna en el dominio político y socioeconómico, con Lenin a la cabeza. Por mi parte, mis intereses estaban en el existencialismo religioso: Unamuno con su Sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo; Papini con su Historia de Cristo y El Diablo y tantos otros ensayos que encontraba extraordinarios; de las bibliotecas de mi padre, el primero, y de mi tío el segundo. Además de un apologético católico que escribía una serie de libros sobre el Credo Cristiano como tema: Thiamer Toth; que me prestaba un sacerdote español amigo, conocido como Padre López, Director del Seminario Divina Pastora, y que me sirvió para iniciarme posteriormente en la lectura de filósofos y apologistas cristianos.
En la ficción, Che María era un apasionado de la novela social y la psicológica. Con libros prestados por él, leí a Tolstói y Dostoyevski, quienes en mi opinión son los más grandes novelistas de todos los tiempos. En sus novelas se combinaban la crítica a la sociedad de su época, particularmente el despotismo de clases y de los zares, precursora de la revolución de octubre. Esa crítica permitió que la literatura se ofreciera como medio para expresar las ansias por la redención y la justicia social, pero también para abrirle camino a la soledad del ser humano y su esperanza de solidaridad por el amor, con optimismo.
Quizás el autor que más apasionó a Che María en aquellos años fue Hermann Hesse. Por su influencia leí al Lobo Estepario, Siddharta y el Juego de los Abalorios; del primero tengo todavía un ejemplar con fecha de 1951. El segundo y el tercero los adquirí muchos años después. En los años 60 con el movimiento Hippie, Hermann Hesse se convirtió en un escritor de culto. Particularmente su novela El Lobo Estepario (publicada en 1927 como el Steppnwolf). Se trata de un mensaje diferente al de la sociedad que critica, favorable al amor libre y al encuentro con uno mismo vía el viaje alucinógeno (en los tiempos de Hesse el opio; el de los hippies el LSD). Su protagonista, Harry Haller (mismas iniciales del autor) que se hace llamar a sí mismo lobo estepario (un animal que anda solo, no es gregario, fuera de la sociedad) es un intelectual que vive aislado en su estudio, que se siente mitad hombre, mitad lobo, con una existencia burguesa en apariencia, pero marginado y a pesar de todo no pertenece a nada y se tortura con pensamientos suicidas. Lo salvan dos prostitutas que le enseñan a bailar y a reír. En su mensaje Hesse piensa que la civilización impide al hombre su realización gravada por la intelectualidad.
Considero que Che María fue un joven insatisfecho con el capitalismo que criticaba y la injusticia social, pero su temprana vocación redentora por medio de la revolución comunista y su proyecto personal en la vida para alcanzarla, estoy seguro, que como prometía Mira y López, le hicieron un hombre feliz. Sobre todo, por su inteligencia superior, su tolerancia y su demostrada capacidad de rectificar.
Los años que siguieron a la plaza Lara, fueron de formación profesional y la obligada lectura de libros, revistas y monografías de carácter técnico, con pocos ratos de espaciamiento con lecturas de ficción. No volvimos a leer con la emoción y pasión de aquellos años, ni han sido tan vivos y reales los personajes imaginarios de entonces; y quizás tampoco con la fe ciega en que el autor no nos engaña, es honesto y cree lo que escribe con total sinceridad y sin prejuicios, como que su conocimiento del mundo y la realidad es superior al nuestro, dejando de ser humano. Con el transcurrir de la vida perdimos la inocencia y ahora no podemos evitar cuando leemos, sentir que autor y lector son dos seres con iguales virtudes y defectos. Aunque no dejamos de tener cierta nostalgia por el encanto de la ingenuidad perdida y que compartimos con Cadenas en la plaza Lara.