Revista Honoris Causa | ISSN: 2244-8217 / ISSN-L: 2244-8217
Revista Honoris Causa | Universidad Yacambú

Vol. 17 N° 1

Enero - Junio 2025

La sociedad de consumo y de la ignorancia

The society of consumer and ignorance

Pedro Rodríguez Rojas
Nombre de la institución

El hombre de hoy tiene su cabeza llena de datos y opiniones. Pero adquiere las opiniones prefabricadas, son de otros, no pensadas. Y la avalancha de datos que lo aturde, más que acercarlo al conocimiento lo aleja de él. Guillermo Jaim Etcheverry 

Recibido: 10-01-2025
Aceptado: 10-03-2025

Resumen

Este ensayo persigue un análisis crítico a las sociedades contemporáneas. Primero, un cuestionamiento a lo que se ha hecho llamar Sociedad del Conocimiento, a partir del crecimiento de las nuevas tecnologías de la información (TiC) y segundo, a la banalización a la que nos conduce la sociedad de consumo y del espectáculo, que lamentablemente predomina como expresión de la cultura y la comunicación humana en la actualidad. Partiendo de un reconocimiento de las ventajas de las nuevas tecnologías, advertimos sobre los riesgos de su magnificación y manipulación, al convertirlos en epicentro y fin último de la sociedad moderna y no en medios tecnológicos y pretender neutralizarlos al descontextualizarlos de su racionalidad capitalista. Junto a autores como Jean Baudrillard, Antoni Brey, Gonçal Mayos, Guy Debord, Zygmunt Bauman, Gilles Lipovetsky, Ulrich Beck, Vargas Llosa, Martín Barbero, Álvaro Cuadra, Gabriel Ugas y Pascual Mora, entre otros, reflexionamos sobre las carencias intelectuales, los vacíos y debilidades de la cultura actual.

Palabras clave:
sociedad del conocimiento; pensamiento crítico; inteligencia; ignorancia

Abstract

This essay pursues a critical analysis of contemporary societies. First, a questioning of what has been called the Knowledge Society, based on the growth of new information technologies (ICTs) and second, the trivialization to which we are led by the consumer and spectacle society, which unfortunately predominates as an expression of culture and human communication today. Starting from a recognition of the advantages of new technologies, we warn about the dangers of their magnification and manipulation, by turning them into the epicenter and ultimate goal of modern society and not into technological means and attempting to neutralize them by decontextualising them from their capitalist rationality. Together with authors such as Jean Baudrillard, Antoni Brey, Gonçal Mayos, Guy Debord, Zygmunt Bauman, Gilles Lipovetsky, Ulrich Beck, Vargas Llosa, Martín Barbero, Álvaro Cuadra, Gabriel Ugas and Pascual Mora, among others, we reflect on the intellectual shortcomings, gaps and weaknesses of current culture.

Keywords:
knowledge society; critical thinking; intelligence; ignorance

Introducción

¿Cuál sociedad del conocimiento?

No se discuten las significativas ventajas de las nuevas tecnologías, como su rapidez, capacidad de almacenamiento y memoria, así como la posibilidad de interconexión inmediata desde cualquier lugar del mundo. La humanidad ha experimentado una evolución tecnológica que va desde el telégrafo hasta la fibra óptica, de la imprenta a internet, de la regla de cálculo a la computadora, de la televisión a los satélites y del radar al láser. Estos importantes inventos han transformado la vida y las costumbres de las personas (Pérez Zúñiga et al., 2018).

En la actualidad, el mundo parece deslumbrado por una aparente nueva Revolución Tecnológica: la Revolución Informática. Sin embargo, surgen interrogantes sobre si esta es realmente una revolución, cuáles son sus verdaderos alcances, qué beneficios y perjuicios podría acarrear, y cuáles son sus mitos y realidades. Resulta paradójico que el mismo mundo que cuestiona la Edad Moderna por la excesiva importancia dada a la tecnología y la propia racionalidad científico-técnica por considerarla inmoral, no ética y, por lo tanto, inhumana, hoy se vanaglorie del desarrollo de las nuevas tecnologías informáticas y biológicas.

Se plantea la pregunta de si la información por sí sola es suficiente para comprender y transformar la realidad. La respuesta es un enfático no; una persona muy informada puede carecer de la capacidad e inteligencia para entender y mucho menos contribuir a la transformación de la realidad. Históricamente, el ser humano ha buscado conocer, descubrir, explorar, comprender y transformar la realidad. Sin embargo, en la actualidad, la búsqueda del saber está siendo sustituida, para la mayoría, por la simple y superficial condición de estar informado. El saber superficial de todo parece reemplazar el dominio profundo y sistemático, donde "la totalidad de lo aparente" dentro de la "Globalización de las banalidades" parece ser lo que predomina.

Se cuestiona, qué cambios está generando la Revolución Informática: ¿una nueva sociedad?, ¿se está reemplazando el sistema capitalista actual o esta revolución informática es una nueva faceta del capitalismo en crisis? También se pregunta si la revolución informática no es la principal garantía para hablar hoy de globalización o Aldea Global. Se reflexiona sobre si se está transitando por una Revolución Informática cuyo discurso señala el fin de todo y el cambio a una realidad desconocida, cuando en el fondo las grandes "realidades" se mantienen, aunque con modificaciones. Finalmente, se inquiere si el comercio de la información –computadoras y redes– no es la mayor manifestación de la vigencia de la sociedad capitalista.

No se niega la relevancia de las nuevas tecnologías, sino que se aboga por su uso racional como instrumentos, evitando que se conviertan en el centro del conocimiento y que se confundan los procesos, impidiendo la conformidad con lo efímero y lo trivial. La información es un dato aislado, y solo el conocimiento, entendido como la capacidad de relacionar sus componentes, le otorga utilidad. La inteligencia va más allá de la simple asimilación, implicando creación y comprensión. El saber, por otro lado, se concibe como una filosofía de vida, que pone el conocimiento y la inteligencia al servicio de la sociedad bajo parámetros éticos y ecológicos, en contraposición a criterios puramente pragmáticos (Marcos, 2022).

Mientras que la información se define como un dato o elemento aislado, el conocimiento implica la comprensión sistemática de la actuación y el desempeño de estos datos. La inteligencia representa una etapa superior de la capacidad mental, que involucra la creación, asociación, transformación y utilización del conocimiento. La información, al ser un dato puntual y gráfico, cuenta con mecanismos de difusión extremadamente rápidos a través de diversos canales como la televisión, la radio, los satélites, las computadoras y las redes. Esta facilidad de asimilación es considerada, desde el punto de vista de los autores, como peligrosamente accesible.

En contraste, el conocimiento es el resultado de un proceso de asimilación más complejo, difícil de lograr a través de la mayoría de los programas transmitidos por los medios audiovisuales tradicionales. La inteligencia, si bien tiene un componente hereditario, solo se mantiene o se desarrolla mediante un proceso constante de dominio del conocimiento y de las habilidades para su aplicación.

Brey (2009) sostiene que el conocimiento reside en el cerebro humano y es el resultado de procesos mentales. Lo que proviene del exterior es simplemente información. La manifestación de un conocimiento humano se denomina saber. El acceso al conocimiento solo es posible mediante la razón, una facultad mental humana innata. Sin embargo, la apelación constante a la razón parece generar fatiga, lo que históricamente ha provocado reacciones que van desde la racionalidad revisada del romanticismo hasta diversos tradicionalismos antirracionalistas.

Lo cierto es que el mundo actual parece inclinarse por lo rápido y cuantitativo en detrimento de lo cualitativo. La información se asocia con lo aparente y la imagen, mientras que conocer implica profundidad, e inteligencia, dominio del conocimiento. Estos dos últimos conceptos representan poder. El producto del conocimiento y la inteligencia puede transformarse en un dato o información para su consumo rápido, pero nunca son equivalentes. Según Asuaje (1997), en el contexto de la red global, se puede cuestionar la sobrevaloración de los datos, que equivalen a una exaltación de la apariencia y de lo meramente observable, dejando de lado las ideas.

Actualmente, el mundo está informado. Incluso en las aldeas más remotas es difícil encontrar a alguien sin información sobre las noticias más importantes del mundo; sin embargo, esto no significa que todos tengan la capacidad de comprender y explicar los fundamentos básicos que caracterizan al mundo moderno, ni el dominio y la comprensión de la totalidad humana. Para González (1998), este malentendido, quizás el más grave de la época, se ha extendido enormemente como consecuencia de la increíble inflación del concepto de información, que se ha convertido en una especie de "ábrete sésamo" de la mentalidad contemporánea. Desde esta perspectiva, se incurre en una confusión lamentable y peligrosa, perdiéndose de manera definitiva el poder regulador de una idea de verdad y la capacidad de distinguir lo que informa de lo que desinforma.

Desde el punto de vista de los autores, la intención de legitimar una nueva cosmovisión del mundo a través de la "Universalización Informática" está generando un alejamiento cada vez mayor de la comprensión del mundo. En palabras de Ugas (1997), hoy se enfrenta una "ignorancia sapiente": se cree saber lo que se ignora, y la ignorancia es el elemento civilizacional mejor distribuido en la actualidad. A medida que se universaliza la información, paradójicamente, se podría estar conociendo menos, especialmente cuando el objetivo es transferir una visión del mundo desde los lugares donde se originan estas señales al resto del planeta.

Asuaje (1997) afirma que la apariencia de las redes de computación, más que un problema inherente a la tecnología, parece ser un cambio de perspectiva en el hombre occidental. En la antigüedad, el hombre occidental aspiraba a ser sabio; luego, el hombre moderno quiso ser conocedor; el hombre contemporáneo parece conformarse con estar informado, y posiblemente el hombre del siglo XXI solo esté interesado en obtener datos. Para Mora (1997), hoy en día la verdad es lo que se vende, y el saber cómo actividad filantrópica está desapareciendo. La industria publicitaria y la cultura comercial han penetrado casi todo con su lógica crematística, de manera que hoy se sabe para venderse.

Frente a esta "Involución Humana" que representa la exaltación de lo informativo, se explica cómo los intelectuales y científicos sociales están siendo absorbidos por los programas televisivos y los comunicadores –informadores sociales–. Un mensaje rápido –en la era Light– y sencillo de asimilar reemplaza el discurso extenso y complejo tradicional. Se cuestiona si el comunicador social o el cibernauta, por el simple hecho de serlo, constituyen una nueva clase de intelectuales. Ante esta "Esquizofrenia Informativa" (Azuaje, 1997), algunos van más allá al hablar de cibercultura, de una nueva sociedad formada por nuevos actores que sustituyen a los tradicionales en ámbitos como el trabajo manual, la producción, la política, el espacio y el tiempo, las ciudades y las clases sociales, entre otros.

En este mundo donde paradójicamente se menciona a diario la sociedad del conocimiento, los autores están convencidos de que ocurre todo lo contrario: hay mucha información, pero se ha perdido la capacidad de discernir entre lo útil y lo desechable, entre lo que forma y lo que deforma. La propia banalidad de la sociedad ha provocado que todo gire en torno a lo inmediato. Los autores comparten la visión de Innerarity (2022), quien se refiere a la Sociedad del Desconocimiento, señalando que nunca el conocimiento había sido tan importante y, a la vez, tan sospechoso. En la era de la racionalidad triunfante, de la ciencia institucionalizada, de los avances tecnológicos y los sistemas inteligentes, surge una situación extraña: mientras la ciencia goza de un enorme reconocimiento, muchas personas desconfían de ella, desde la simple desconfianza hasta el negacionismo extremo.

Reconstruir el pasado, analizar el presente en profundidad e intentar pensar el futuro se considera innecesario; lo importante es el presente. En un mundo cada vez más individualista, donde prevalece el hedonismo, y donde los defectos físicos se solucionan fácilmente con cirugía y dietas disponibles en todas partes, muchos parecen creer que el problema del conocimiento se resuelve de manera similar: internet lo hace todo, con solo copiar, pegar y enviar. El saber profundo del conocimiento también está siendo sometido a una especie de dieta forzosa, una anorexia cognitiva, una hambruna casi mundial, un ayuno colectivo donde pensar se considera una pérdida de tiempo.

Los grandes descubrimientos del siglo XV, el avance del capitalismo a nivel mundial y la expansión de la cultura occidental, fundamentos de la Edad Moderna, se basan en los paradigmas tecnocientíficos. Sin embargo, desde el siglo XIX y más aún desde principios del siglo XX, la Edad Moderna ha sido cuestionada por los problemas que este mismo hiperdesarrollo tecnocientífico ha causado a la humanidad: el deterioro ambiental, la extinción de especies animales y vegetales, la aparición de enfermedades nuevas y más resistentes que incluso el desarrollo tecnocientífico no ha podido combatir, y la paradoja de una mayor producción agrícola y manufacturera al mismo tiempo que un porcentaje significativo de la población mundial sufre hambre y pobreza extrema.

Se señala la paradoja de la Revolución de la Informática y la autopista de la comunicación mientras una parte considerable de la población mundial carece incluso de acceso a la radio y la televisión, y mucho menos al teléfono. Se menciona que solo las ciudades de Tokio y Las Vegas cuentan con más servicios telefónicos y eléctricos que todo el continente africano. También se destaca la paradoja de la concentración de la producción mundial de alimentos en una minoría de la población de los países más desarrollados. Otras paradojas incluyen la existencia de grandes maquinarias junto a un gran número de desempleados, un alto conocimiento técnico frente a una población no educada e inculta, la desconexión entre la mente y el cuerpo humano, y la disponibilidad de armas "inteligentes" con la capacidad de destrucción global.

Hoy, ante el avance de la llamada "Inteligencia Artificial", se recuerda al comediante Mario Moreno "Cantinflas" (1911-1993), quien señaló que se está viviendo un momento histórico en el que el hombre es científica e intelectualmente un gigante, pero moralmente un pigmeo. En muchos aspectos, los avances tecnológicos que se están produciendo en el mundo van en contraposición con la violenta irrupción de la estupidez humana.

El ocaso de los intelectuales

Qué es lo que define a un intelectual. No pensar, que lo hacen todos los humanos. Ni pensar mucho, que lo hacen los neuróticos. Ni pensar bien, que lo hacen los inteligentes. Lo que pinta al intelectual es su aptitud para hacer pensar a los otros.

Mario Wainfeld

Desde hace tiempo, los intelectuales han sido sustituidos por especialistas, expertos y los "analistas de símbolos" (Barbero, 2002). Las aspiraciones de conocer, saber y actuar en favor de la humanidad pierden terreno debido a dos extremos: los especialistas científicos y los comunicadores (o, mejor dicho, informadores) sociales. Los profesionales tradicionalmente denominados investigadores sociales forman parte –al menos un sector de ellos– de la emergente categoría de los analistas simbólicos. Su rol tradicional de producir conocimiento para ser utilizado por terceros está cambiando rápidamente.

La investigación como tal, entendida como una operación metódica destinada a descubrir conocimiento y difundirlo para que otros lo empleen y apliquen en sus decisiones, se integra como un componente más dentro de una noción de servicio que la supera ampliamente. En efecto, hoy se espera, y el mercado demanda, investigadores capaces de producir, usar y aplicar conocimiento para la identificación, resolución y arbitraje de problemas.

Se cuestiona si la investigación social, entendida como la actividad de analistas simbólicos en un mercado de servicios, conservará la capacidad crítica que su tradición reclama como uno de sus mayores logros. Parece haber llegado un momento en que el conocimiento deja de ser el dominio exclusivo de los intelectuales y sus herederos más especializados –investigadores y tecnócratas– para convertirse en un medio común a través del cual las sociedades se organizan y cambian (Barbero, 2002).

En la misma línea, Brey (2009) señala que el experto se constituye como la materialización de la sociedad del conocimiento. La generación del saber ha dejado de ser una tarea individual para convertirse en una empresa colectiva. La condición de experto lleva inherentemente asociada la profesionalización, una situación que en muchos casos está marcada por la proletarización. Aunque cabría esperar que en una Sociedad del Conocimiento el saber de los expertos fluyera hacia el resto de la sociedad más allá de sus resultados productivos y comerciales, esto no sucede actualmente ni parece ser un objetivo.

Mientras algunos filósofos e intelectuales se abstraen en el pensamiento de los clásicos, otros exhiben una verborrea pretenciosa y una aparente sabiduría inútil, sin abordar la realidad actual. Parece que nadie se atreve a repensar el mundo, ya sea porque consideran que ya está suficientemente pensado o porque asumen que ya no es posible reflexionar sobre el mundo y sus grandes problemas, resignándose a su impotencia. Así, permanecen como guardianes del legado cultural de la humanidad, pero sin la capacidad de contribuir a los desafíos del presente y menos aún a los del futuro. El presente parece ser tema de los medios de comunicación, y el futuro, de los gurús de las nuevas tecnologías y las ciencias gerenciales y administrativas.

Ante las viejas deficiencias de las ciencias sociales, consideradas débiles y desactualizadas frente a los cambios globales, y ante sus carencias teóricas, los comunicadores y los "opinólogos" han ocupado su lugar. Para Cuadra (2008), la extinción de los intelectuales ha generado un vacío que los medios de comunicación llenan a diario. Son ellos quienes regulan el registro y el tono de los grandes temas y proponen a su público masivo el repertorio de tópicos que merecen atención.

El lugar de la convicción que alguna vez ocupó el intelectual docto ha sido desplazado del imaginario contemporáneo por el lugar de la seducción propio del comentarista u "opinólogo". Beck (2006) plantea que las ciencias sociales han enfrentado de manera insuficiente la globalización, centrándose en tratamientos específicos aplicados a diversos contextos nacionales, lo que ha llevado a una investigación empírica irrelevante para comprender las nuevas relaciones de mestizaje e hibridación que modifican las fronteras. Beck (2006) señala que los medios de comunicación informan con mayor éxito sobre esta nueva situación que las ciencias sociales.

La retirada de la filosofía no solo del ámbito de la ciencia, su conversión en una disciplina más dentro de la división científica y la pérdida de su capacidad totalizadora para comprender la globalidad del conocimiento humano es en parte responsable del disciplinarismo científico y de la falta de espacios comunes entre las ciencias, función que antes desempeñaba la filosofía como saber superior y pensamiento metacientífico. Además, ha contribuido a la pérdida del sentido humano de la ciencia, cuyo pragmatismo y utilitarismo la alejaron de lo ético y político en función del bienestar social.

Brey (2009) señala que una manifestación de esta realidad es la ausencia actual de filósofos que pretendan abordar la tarea de proponer sistemas completos de interpretación de la realidad. Después de Kant, Hegel e incluso Marx, y coincidiendo con el inicio del siglo XX, el pensamiento filosófico abandonó tal pretensión, consolidando un largo proceso de introspección y subjetivación, y retirándose de los campos invadidos por las ciencias naturales para quedar recluido en áreas especializadas como la filosofía de la ciencia y la interpretación de autores históricos.

Difícilmente alguien se atrevería hoy a autodenominarse intelectual por temor a ser asociado con las connotaciones actuales del término: pretencioso, improductivo, aburrido. El saber productivo ha dejado de pertenecer a la masa o al experto aislado, encontrándose distribuido en grandes sistemas donde el individuo es solo una pieza prescindible (Brey, 2009). En un mundo de hiperespecialización, los individuos aisladamente y fuera de su ámbito profesional son incapaces a largo plazo de seguir el ritmo exponencial de la producción cognitiva colectiva, global y especializada (Mayos, 2009).

Una analogía histórica, señala que la crisis que enfrentan hoy los intelectuales es similar a la que vivieron los poetas hace más de un siglo durante la crisis del romanticismo, quienes fueron progresivamente sustituidos por los intelectuales. El declive de los "poetas" como figuras centrales del quehacer cultural a fines del siglo XIX llevó a que ser poeta se convirtiera en algo vergonzoso, asociado a la imagen del vagabundo, el antisocial, el borracho, el neurasténico, el drogadicto, el esteta incapaz, en definitiva, el improductivo. Mientras la analogía del poeta con el anarquista lo convertía en un personaje peligroso e indeseable, el intelectual, ligado a los libros de ideas como productos de una gran industria editorial, emergía como un "líder de opinión" (Cuadra, 2008).

Sin embargo, este fenómeno también tiene un alcance político importante: la extinción del pensamiento crítico (Ortiz, 2023). Así, el mencionado "silencio de los intelectuales" se relaciona tanto con una "revolución cultural" derivada de la convergencia tecnocientífica, logística y de telecomunicaciones que ha transformado los "códigos de equivalencia" de una cultura globalizada, como con una hegemonía política de los flujos de capital convertidos en significantes digitalizados.

Se asiste a la paradoja en la que los intelectuales parecen haber enmudecido precisamente en el momento histórico en que se multiplican las "buenas causas" que merecen una reflexión seria: degradación de la biosfera, empobrecimiento de los medios de comunicación social, extensión global de la violencia y pauperización acelerada de gran parte de la humanidad (Cuadra, 2008).

Sociedad de consumo

En esta sección se aborda la cultura en la sociedad actual desde las perspectivas de la Sociedad del Consumo (Baudrillard), la Sociedad de la Ignorancia (Antoni Brey), el Desconocimiento (Innerarity), la Incultura (Mayos), la Sociedad del Espectáculo (Guy Debord), la Sociedad y Modernidad Líquida (Zygmunt Bauman) y la Era del Vacío (Gilles Lipovetsky). Se introduce el tema con el libro más reciente de Vargas Llosa (2012).

La civilización del espectáculo, que retoma los planteamientos de los autores mencionados y responde a la pregunta sobre qué significa la civilización del espectáculo: un mundo donde el primer lugar en la escala de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse y escapar del aburrimiento es la pasión universal. Sin embargo, convertir esta propensión natural a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas, como la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el ámbito específico de la información, la proliferación del periodismo irresponsable que se alimenta de la chismografía y el escándalo (Vargas Llosa, 2012).

Hace más de cuatro décadas, Baudrillard se adelantó en la descripción y el análisis de esta nueva sociedad de consumo y del rol de la publicidad y los medios de comunicación (Aristizábal García, 2020). Los medios de información tienen el poder de igualar todo o de establecer jerarquías informativas según sus intereses, decidiendo qué noticias se publican y cuáles no. Un desastre natural, un accidente o una revolución pueden equipararse a cualquier banalidad, dependiendo del tiempo, el espacio, el discurso y la tonalidad del operador del medio. Lo que caracteriza a la sociedad de consumo es la universalidad de las crónicas de los medios de comunicación masiva.

Toda la información, ya sea política, histórica o cultural, adquiere la misma forma, simultáneamente anodina y milagrosa, de las noticias cotidianas. La información se presenta completamente actualizada, es decir, dramatizada como un espectáculo, y al mismo tiempo desactualizada, distanciada por el medio de comunicación y reducida a signos. Por lo tanto, la crónica de actualidad no es una categoría más, sino la categoría fundamental del pensamiento mágico y la mitología contemporánea (Baudrillard, 2009).

Según Vargas Llosa (2012), otro factor importante en la formación de la civilización del espectáculo ha sido la democratización de la cultura. Este fenómeno, sin duda altamente positivo y nacido de una voluntad altruista, buscaba que la cultura dejara de ser patrimonio de una élite y que una sociedad liberal y democrática tuviera la obligación moral de ponerla al alcance de todos mediante la educación, así como la promoción y subvención de las artes, las letras y todas las manifestaciones culturales.

Sin embargo, para el escritor peruano, esta filosofía loable ha tenido en muchos casos el efecto no deseado de trivializar y masificar la vida cultural, donde un cierto facilismo formal y la superficialidad de los contenidos de los productos culturales se justificaban debido al propósito cívico de llegar al mayor número de usuarios, priorizando la cantidad a expensas de la calidad. Vargas Llosa (2012) señala que en esta cultura predominante "de oropel", "las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y (antes todavía) los teólogos". El intelectual solo interesa si sigue las tendencias y se convierte en un bufón. El escritor también critica el amplio espacio dedicado a la moda y la cocina en las secciones de cultura. Los "chefs" y los modistos tienen ahora el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos.

La sociedad se ha vuelto más individualista y las acciones y pensamientos se basan cada vez más en imágenes y no en la razón, imágenes con alto contenido emocional que no siempre han sido filtradas por la inteligencia. Esto puede llevar a percepciones erróneas, ya que estas imágenes pueden estar manipuladas. Para contrarrestar esto, la discusión es fundamental, pero resulta difícil cuando todo se reduce a flashes o pequeños tweets de información, donde el riesgo de simplificación es muy alto. Para Zygmunt Bauman (2005), en la nueva estética del consumo, las clases que concentran la riqueza se convierten en objetos de adoración, mientras que los "nuevos pobres" son aquellos incapaces de acceder al consumo y a las novedades del sistema capitalista. De esta manera, la sociedad evolucionó de ser una sociedad de productores a una sociedad de consumidores.

Según Baudrillard (2009), el consumo no puede considerarse simplemente como un deseo de poseer objetos. La lógica del consumo es una lógica de manipulación de signos que no se limita a la funcionalidad de los objetos. Consumir implica principalmente intercambiar significados sociales y culturales, y los bienes/signo, que teóricamente son medios de intercambio, terminan convirtiéndose en el objetivo final de la interacción social. En otras palabras, detrás de cada trabajador asalariado hay un "consumidor saturado", y la necesidad se convierte en una forma de explotación similar al trabajo.

En palabras del autor, la sociedad de consumo representa el nivel más alto de alienación humana, un mito donde se cree posible lograr una igualación social y donde se niega cualquier relación con la explotación capitalista. El autor sostiene que el consumo es un mito, un relato que la sociedad contemporánea cuenta sobre sí misma, la forma en que se concibe y se comunica. La sociedad se piensa y se describe como una sociedad de consumo, puesto que experimenta sus comportamientos distintivos como libertad, aspiración y elección, en lugar de reconocerlos como imposiciones de diferenciación o como obediencia a un código.

Baudrillard (2009) rompe con cualquier visión idealista del consumo como la realización de las libertades individuales. Por el contrario, lo sitúa en el nivel de los privilegios y, lo más importante, como determinado por la producción social. La verdadera naturaleza del consumo radica en que no es una función del disfrute individual, sino una función de producción, y por lo tanto, al igual que la producción material, una función colectiva.

Toda ideología del consumo busca hacer creer que se ha entrado en una nueva era, donde una revolución humana decisiva separa la época de sufrimiento y heroísmo de la producción de la era eufórica del consumo, en la cual finalmente se reconoce el derecho del Hombre y sus deseos. Sin embargo, esto no es cierto. La producción y el consumo constituyen un único y gran proceso lógico de reproducción ampliada de las fuerzas productivas y de su control. El sistema necesita a los individuos como trabajadores asalariados, ahorristas (impuestos, préstamos, etc.) y, cada vez más, como consumidores.

Además, este autor plantea que el consumidor ocupa un vasto campo político que necesita ser analizado junto con el de la producción. Todo el discurso sobre el consumo pretende convertir al consumidor en el Hombre Universal, la encarnación general, ideal y definitiva de la Especie Humana, y hacer del consumo la promesa de una "liberación humana" que se lograría en lugar de la liberación política y social, a pesar del fracaso de esta última. El pueblo son los trabajadores mientras permanezcan desorganizados, mientras que el público, la opinión pública, son los consumidores siempre que se contenten con consumir.

La ignorancia de la Sociedad del Conocimiento

Según el sugerente libro “La Sociedad de la Ignorancia “de Brey, Innerarity y Mayos (2009), gracias a la tecnología se vive en una Sociedad de la Información, pero no se está avanzando hacia una Sociedad del Conocimiento, sino todo lo contrario. Las mismas tecnologías que hoy articulan el mundo y permiten acumular saber están convirtiendo a los individuos en personas cada vez más ignorantes e incultas. Para estos autores, los elementos más característicos de esta Sociedad de la Ignorancia serían:

Paradójicamente, la sociedad actual muestra una creciente inclinación colectiva hacia lo pragmático y una falta de interés en el conocimiento como un fin en sí mismo. A diferencia de una visión negativa del intelectual, la ignorancia ha perdido sus connotaciones desfavorables hasta el punto de ser valorada positivamente. Se ha perdido la vergüenza de mostrar públicamente la propia ignorancia, y a menudo se exhibe con orgullo como un elemento más de una personalidad que busca disfrutar al máximo del hedonismo y la inmediatez que ofrece un consumismo desenfrenado. Ser ignorante no impide tener recursos económicos o atractivo social; incluso, puede generar una imagen de simpatía ante los demás (Brey, 2009).

La Sociedad del Espectáculo

Para Debord (1999), al igual que para Baudrillard, la sociedad de consumo está determinada por la producción, el espectáculo en su totalidad es tanto el proyecto como el resultado del sistema de producción existente. No es un añadido superficial al mundo real, sino el núcleo del irrealismo en la sociedad actual. La filosofía, como poder del pensamiento separado, no ha podido superar por sí misma a la teología. El espectáculo se presenta como la reconstrucción material de la ilusión religiosa.

En la sociedad, el espectáculo representa una fabricación concreta de la alienación. La expansión económica es principalmente la expansión de esta producción industrial específica. Lo que se acrecienta con una economía autónoma no es más que la alienación presente desde su origen (Debord, 1999). El espectáculo marca el momento en que la mercancía ha alcanzado la ocupación total de la vida social.

Según el precitado autor, el conjunto de conocimientos que se desarrollan actualmente como pensamiento del espectáculo busca justificar una sociedad carente de justificaciones, constituyéndose en una ciencia general de la falsa conciencia. Este pensamiento está completamente condicionado por su incapacidad o falta de voluntad para analizar su propia base material dentro del sistema espectacular. El espectáculo es la ideología por excelencia, ya que expone y manifiesta en su totalidad la esencia de todo sistema ideológico: el empobrecimiento, la subyugación y la negación de la vida real.

A diferencia de Vargas Llosa, quien critica la sociedad del espectáculo, pero no cuestiona su fundamento capitalista, Debord propone cómo combatir y destruir esta sociedad. Para transformar la sociedad del espectáculo de manera efectiva, se requiere la acción de individuos que movilicen una fuerza práctica. Sostiene que solo esta crítica teórica unificada puede converger con la práctica social unificada. La teoría crítica del espectáculo solo se vuelve verdadera al unirse con la corriente práctica de negación presente en la sociedad. Esta negación, que implica la reanudación de la lucha de clases revolucionaria, tomará conciencia de sí misma al desarrollar la crítica del espectáculo, la cual es la teoría de sus condiciones reales y de las condiciones prácticas de la opresión actual, revelando a su vez su potencialidad.

La Era del Vacío y La Sociedad Liquida

En su obra "La Era del Vacío", Lipovetsky (1986) analiza la transformación de la sociedad, las costumbres y el individuo contemporáneo en la era del consumo masificado, la creciente privatización, la erosión de las identidades sociales, el abandono de las ideologías políticas, la rápida desestabilización de las personalidades y el surgimiento de una nueva forma de socialización y una nueva etapa en la historia del individualismo occidental (Rojas Fernández, 2021). Este proceso se denomina la segunda revolución individualista o proceso de personalización.

Desde una perspectiva negativa, el proceso de personalización implica la ruptura de la socialización disciplinaria. Positivamente, se refiere al desarrollo de una sociedad flexible basada en la información y en la estimulación de las necesidades, el sexo y la consideración de los "factores humanos", así como en la valoración de lo natural, la cordialidad y el sentido del humor.

Según Lipovetsky (1986), la lógica que regía la vida política, productiva, moral, escolar y asistencial consistía en sumergir al individuo en normas uniformes, eliminando en la medida de lo posible las preferencias y expresiones individuales, y suprimiendo las particularidades idiosincrásicas en favor de una ley homogénea y universal, ya sea la "voluntad general", las convenciones sociales, el imperativo moral o las reglas fijas y estandarizadas, promoviendo la sumisión y la abnegación. De igual manera, también reconoce que este proceso de individualización está determinado por la sociedad de consumo.

Hasta hace poco, la libertad individual se limitaba a lo económico y lo político, pero ahora se extiende a lo cultural; sin embargo, fue la transformación de los estilos de vida, junto con la revolución del consumo, lo que posibilitó el desarrollo de los derechos y deseos individuales, marcando una mutación en el orden de los valores individualistas. Se observa un avance en la lógica individualista, donde el derecho a la libertad, teóricamente ilimitado, pero previamente circunscrito a lo económico, lo político y el saber, se instala en las costumbres y en la vida cotidiana.

En el ámbito político, señala que ninguna ideología política actual logra entusiasmar a las masas. La sociedad posmoderna carece de ídolos, tabúes o una imagen gloriosa de sí misma, así como de un proyecto histórico movilizador. En este contexto, el vacío se convierte en el elemento rector, aunque sin implicar tragedia ni apocalipsis. Mientras que la edad moderna se centró en la producción y la revolución, la edad posmoderna se enfoca en la información y la expresión. Se afirma que las personas se expresan en el trabajo, a través de las conexiones, el deporte y el ocio, de tal manera que pronto no habrá actividad que no sea etiquetada como cultural Lipovetsky (1986, p. 66).

En la misma línea, Bauman (2004) describe la sociedad líquida, donde las sociedades modernas, al igual que los fluidos, no mantienen una forma fija por mucho tiempo y están en constante cambio. Bauman argumenta que la "fluidez" o "liquidez" son metáforas apropiadas para comprender la naturaleza de la fase actual de la modernidad, la cual presenta numerosas novedades. Los elementos sólidos que se han disuelto y se están derritiendo en este momento de la modernidad líquida son los vínculos entre las decisiones individuales y los proyectos y acciones.

El poder de licuefacción se ha desplazado del "sistema" a la "sociedad", de la "política" a las "políticas de vida", o ha descendido del "macronivel" al "micronivel" de la convivencia social. Como resultado, la modernidad actual se caracteriza por ser una versión privatizada, donde el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso recaen principalmente en el individuo (Bauman (2004).

Epilogo: La Sociedad de los Idiotas Informados

Desde hace varios años, se ha manifestado preocupación y se ha advertido sobre el peligro de lo que se ha denominado: La Sociedad de los Idiotas Informados. Lamentablemente, esta presunción se ha convertido cada vez más en una realidad. Después de más de tres décadas de experiencia en la docencia universitaria, se observa con inquietud la disminución del esfuerzo intelectual tanto de estudiantes como de docentes. Se percibe cómo las personas pasan largas horas frente a una computadora descargando (plagiando) información, mucha de la cual carece de valor, sin generar producción escrita ni ideas originales.

Con alarma, se constata cómo niños y adultos jóvenes invierten gran parte de su tiempo en videojuegos violentos que fomentan el odio, la irreverencia y el consumismo, e incluso en juegos aparentemente inofensivos, pero en realidad peligrosos. Es preocupante observar a adultos pasando todo el día en redes sociales, inmersos en la vida privada de otros. Si bien inicialmente estas plataformas parecían facilitar el acercamiento, especialmente entre personas distantes, se han transformado en una forma de chismorreo social que vulnera la intimidad y debilita las relaciones profundas de amistad, reduciéndolo todo a la banalidad.

Se reconoce que esta es una lucha contracorriente, pero esto no disminuye la preocupación por la posible desaparición o el desplazamiento del pensamiento, la razón y la comunicación humana debido a la inercia y la comodidad que propician las sociedades hipertecnologizadas y de consumo. Es perentorio que la heurística, esa capacidad humana única, no se atrofie, que la cotidianidad no consuma la capacidad de producción futura del ser humano y que, por comodidad, no se permita que una minoría siga pensando por la mayoría. Más aún, se debe impedir que esa minoría que posee y controla el conocimiento domine con facilidad.

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