Vol. 17 N° 1
Enero - Junio 2025
Una constante en la creencia popular venezolana, es señalar que el Dr. Hernández tuvo “mala suerte”, pues con apenas 54 años, lo atropelló fatalmente el único vehículo de Caracas, cuando esto es incierto ya que anterior a su accidente irremediable, para 1904, ya existían registrados más de 700 vehículos en Venezuela y por el contrario, presentó mucha suerte, ya que en once oportunidades documentadas y posiblemente más veces, logró zafarse de la muerte, seguramente por la protección divina, donde Dios ya tenía dispuesto el camino para este hombre de ciencia y de santidad, el cuarto beato venezolano, el primer santo de Venezuela, el médico de los pobres, el Dr. José Gregorio Hernández.
A constant in Venezuelan popular belief is to point out that Dr. Hernández had “bad luck”, because at only 54 years old, he was fatally run over by the only vehicle in Caracas, when this is uncertain since prior to his irreparable accident, by 1904, there were already more than 700 vehicles registered in Venezuela and on the contrary, he presented great luck, since on eleven documented occasions and possibly more times, he managed to escape death, surely due to divine protection, where God had already prepared the way for this man of science and holiness, the fourth Venezuelan blessed, the first saint of Venezuela, the doctor of the poor, Dr. José Gregorio Hernández.
El doctor José Gregorio Hernández nacido en Isnotú, Venezuela (26/10/1964), a los 13 años es enviado a Caracas para estudiar en el Colegio de los Hermanos Villegas, donde recibió clases de Guillermo Tell Villegas (el tío) y Guillermo Tell Villegas (el sobrino) ambos llegarían a ser presidentes interinos de Venezuela. Culminados sus estudios de bachillerato a los 18 años y con excelentes calificaciones, comienza a estudiar Medicina en la Universidad Central de Venezuela, de donde se gradúa con honores a los 24 años (1888) recién graduado viaja al estado Trujillo (zona andina de Venezuela) de donde se retira hacia Carúpano por un breve período, para seguidamente retornar a Caracas, donde el presidente de la época, el Dr. Rojas Paul, le otorga una beca para estudios de postgrado en Francia (Blandenier et al 2020, Traviezo 2020A).
En sus estudios en Europa recibe clases de grandes figuras de la academia mundial, tales como de Charles Richet (premio Nobel de Medicina en 1913) y de Santiago Ramón y Cajal (premio Nobel de Medicina en 1906). A su regreso a Venezuela trae consigo equipos modernos para la enseñanza médica, entre ellos resaltaron los primeros cuatro microscopios con objetivos apocromáticos, uno de ellos con objetivo de inmersión (el primero llegado a Venezuela) así como un tensiómetro de Laubry-Vasquez que por primera vez permitió medir tanto la tensión sistólica como la diastólica en pacientes de Venezuela, ya que anteriormente solo se medía la sistólica (Duplá y Capriles 2018; Traviezo 2020B).
Como médico tuvo mucha fama por su excelencia profesional y resaltó en la parte humana, ya que a los pacientes más humildes no les cobraba las consultas e incluso le compraba con su propio dinero los medicamentos. El domingo 29 de junio 1919 al ir apurado a atender una emergencia de una anciana, en un momento de descuido, es atropellado por uno de los pocos carros que existían para la época, golpeándose fuertemente con el filo de la acera, lo cual le produjo un fuerte traumatismo en el parietal izquierdo, lo que constituiría el principal motivo de su muerte (Suarez 2005, Nava Contreras 2020).
A raíz de lo trágico de su deceso, en el argot popular, se empezó a difundir que el Dr. Hernández tuvo “mala suerte”, cuando fue todo lo contrario, Dios en su infinita sabiduría lo protegió en distintas oportunidades, ya que lo iba a preparar como uno de sus principales guerreros, ya que llevaría salud gratuita y santidad a pacientes humildes de distintas regiones geográficas, para así convertirse en “el médico de los pobres” y luego de su muerte en uno de los cuatro beatos Venezolanos y en el primer santo venezolano de la historia (Blandenier 2021, Traviezo 2021). En el presente manuscrito se trata brevemente, once oportunidades documentadas, dónde José Gregorio Hernández desafió a la muerte, protegido por la acción Divina que lo acompañó siempre en todos sus actos.
La mortalidad infantil es un índice demográfico que relaciona la cantidad de niños registrados que mueren antes de cumplir un año, por cada 1000 que nacieron vivos (Donis Ríos 1981, García et al. 2024). En Venezuela, la mortalidad infantil entre el 2020 y el 2022 se estimó entre 7,6 y 20,2 muertes /1000. Para el 1919, cuando las estadísticas sanitarias estaban en pañales, año de la muerte del Dr. Hernández, la mortalidad infantil se calculaba en Venezuela en 239 muertes /1.000 nacidos vivos, por esto se infiere que, 55 años antes, en 1864, cuando nació en Isnotú el Dr. Hernández, aunque se carece de datos oficiales para esta época, la mortalidad infantil debió superar en las zonas rurales de Venezuela las 350 muertes/1000 (Donis Ríos 1981, García et al. 2024).
Esta mortalidad infantil también afectó a la familia Hernández Cisneros, ya que su primera hija, María Isolina, nacida el 24 de mayo de 1863, murió apenas a los seis meses, no dando tiempo ni siquiera de bautizarla, en razón de lo cual, entraría en las estadísticas. Otro problema grave de la Venezuela de este entonces, era la mortalidad materna, que es la muerte de una mujer durante el embarazo o dentro de los 42 días siguientes a la terminación del mismo, debida a cualquier causa relacionada o agravada por el embarazo mismo o su atención, pero no por causas accidentales o incidentales (Donis Ríos 1981, García et al. 2024).
Esta mortalidad materna afectó a doña Josefa Antonia Cisneros de Hernández (madre de José Gregorio) quien se complicó luego de su séptimo parto, lo cual produjo su muerte, es por esto que, a su última hija, la bautizaran con el mismo nombre de su madre (Josefa Antonia) para honrar su recuerdo. Como hijo de una familia rural venezolana, José Gregorio sobrevivió a las altas tasas de mortalidad infantil y soportó el gran peso de la mortalidad materna que lo castigó de primera mano, con la muerte de su madre cuando apenas contaba con ocho años (Suarez 2005, Blandenier 2016).
En 1878, a los 13 años de edad, José Gregorio es enviado desde Isnotú a estudiar el bachillerato en Caracas, en el Colegio de los Hermanos Villegas, el viaje era muy largo ya que todavía no existía la carretera trasandina (construida durante el gobierno del dictador Juan Vicente Gómez) tal que debía bajar al Puerto de La Ceiba, de allí por vía lacustre hasta Maracaibo, luego a Curazao, Puerto Cabello y finalmente el puerto de la Guaira y de allí subir con un arreo de mulas hasta Caracas.
En este su primer viaje a Caracas, José Gregorio fue enviado junto con unos amigos de su padre Benigno Hernández, los generales Jesús Romero y Francisco Vásquez (1833-1908) diputados al Congreso Nacional de Venezuela, cuando iban subiendo por la ruta vieja de los españoles, rumbo a Caracas, transitaban un camino de recuas, constituido por ocho o más bestias de carga, generalmente mulas o burros que resistían más estos trayectos, los cuales iban uno detrás del otro, en fila india, en un andar lento pero constante, esta caravana era tan larga cómo lo fuera el número de las bestias (Blandenier 2016, Traviezo 2021).
En ese momento histórico, no se usaban las carretas porque se les dificultaba el paso a través de los ríos y quebradas que eran abundantes durante el recorrido. Eran solo 30 Km de camino, pero involucraba una pendiente muy pronunciada, que bordeaba en muchas ocasiones cantidad de precipicios, de tal manera que era una ruta que preferiblemente debía realizarse de día. Había entre La Guaira y Caracas una diferencia de altitud desde los 2 msnm hasta los 900 msnm en el casco histórico de Caracas (Blandenier 2016, Traviezo 2021).
En el trayecto de la subida, el jovencito José Gregorio venía con el cansancio acumulado de este largo viaje que les había comprometido más de 30 días de recorrido, en consecuencia, en un crítico instante, José Gregorio se queda dormido sobre su mula y por estar inclinado hacia la derecha la mula interpretaba que debía dirigirse más hacia ese lado, lo cual hizo que rozara el borde del precipicio, cayendo algunas piedras al abismo, Gracia a Dios, uno de los arrieros que iba de último y al que le habían encomendado que estuviera muy pendiente del joven, se da cuenta de lo que estaba por pasar e inmediatamente se acerca a José Gregorio, lo sacude y despierta, y prontamente le dice:
“Cuidado, muchacho, no se me duerma, que se puede desbarrancar,
ya pronto llegaremos a Caracas y allá podrá descansar”.
Esta sería la segunda oportunidad en que la providencia le salvaba la vida.
La fiebre tifoidea es consecuencia de una infección por la enterobacteria Salmonella typhi, sus principales síntomas son diarrea intensa, dolor abdominal, fiebre (40°C), disentería, erupción cutánea, debilidad y generalmente se propaga por el contacto con alimentos u objetos contaminados con las heces de los infectados. Las bacterias entran por vía oral y luego en intestino atraviesan la mucosa para llegar al torrente sanguíneo y a través de este llegar a los nódulos linfáticos, vesícula, hígado y bazo, entre otros.
Ya como estudiante de Medicina, específicamente a mediados del tercer año de la carrera, el bachiller Hernández cae gravemente enfermo de la fiebre tifoidea, la cual pudo haber contraído en el hospital donde hacía sus prácticas y donde era una de las enfermedades más frecuentes de la época, esto lo obligó a mantenerse un mes en cama, fue tan duro este período que, su médico tratante pensó que moriría. Fue tan grave su situación, que mandó a llamar al padre Juan Bautista Castro, quien llegaría a ser con los años arzobispo de Caracas, para que le impusiera el sacramento de la unción de los enfermos, sacramento que recibió con resignación diciendo que deseaba hacer la voluntad de Dios (Nava Contreras 2020, Traviezo 2021).
El Supremo tenía otros planes para este su elegido, salvándolo por tercera vez de la muerte. Luego de ser dado de alta, restableció sus estudios, se emparejó académicamente con sus compañeros y empezó nuevamente a frecuentar sus amistades, continuando sus estudios con normalidad. José Gregorio llegó a tener un total de 59 inasistencias en la universidad, la mayoría de ellas por su convalecencia de la fiebre tifoidea.
Una vez graduado de doctor Hernández regresa a Isnotú, su pueblo natal, para ejercer la medicina, en una oportunidad fueron solicitados de emergencia sus servicios en una zona montañosa distante, por lo que, parte de noche y con lluvia a caballo junto con el baquiano que había venido a buscarlo. Era una noche fría, tempestuosa y lluviosa, por esto el caballo asignado por el guía al Dr. José Gregorio, que lamentablemente era el brioso, tendía a en encabritarse (levantarse). En el recorrido comenzó una fuerte tormenta eléctrica que en un momento iluminó con luz enceguecedora toda la montaña, lo cual asustó enormemente a ambos caballos que dispararon a correr sin obedecer las riendas, imprevisto que se multiplicó al sentir el estruendo que seguía a la luz enceguecedora (Duplá y Capriles 2018, Suarez 2005, Nava Contreras 2020).
En este trotar sin frenos ambos caballos tendían a rodar más que trotar debido a la humedad y fangosidad del camino, milagrosamente lograron frenar ambas bestias y acto seguido ambos jinetes cambiaron de caballos, dejando el más manso y corpulento al Dr. Hernández (cosa que debió haber prevenido el baquiano que era el que conocía el temperamento de sus equinos) pudiendo llegar sanos y salvos a su destino.
Recién graduado, cuando ejercía a todo lo largo de los estados Trujillo, Táchira y Mérida, en una oportunidad le tocó salir obligado y prontamente de B oconó, estado Trujillo, ya que los apenas dos médicos de esta población, por envidia y por creer que peligraba su estatus económico ante la entrada de este joven médico con conocimientos mucho más modernos que los que ellos poseían, quienes nunca se esforzaron por importar textos para actualizarse, se basaron en su poder político para levantarle falsas acusaciones, entre ellas que el Dr. Hernández era godo (persona rica y poderosa perteneciente al partido Conservador del siglo XIX) y que conspiraba contra el gobierno de la zona (Duplá y Capriles 2018, Suarez 2005, Nava Contreras 2020). Es así como en febrero de 1889 este escenario tomó un giro peligroso, cuando deciden expulsarlo del estado, o en su defecto sería detenido y apresado, e incluso hubo amenazas de que sería fusilado. Es por esto que decide alejarse lo más lejos posible, decidiendo ir a Carúpano (estado Sucre) para ejercer allí la medicina.
El tres de abril de 1889, el Dr. Hernández sale de Isnotú, pasó por Maracaibo, Curasao, Puerto Cabello, La Guaira y finalmente llega a Caracas el nueve de abril. Decide continuar a Oriente, siendo esto una decisión trágica, ya que en medio de la noche advierten que el navío se hundía, lo cual hizo que naufragaran frente a las costas de Carúpano, salvándose milagrosamente por la ayuda de uno de los marineros que lo hizo asirse a un remo, al cual se aferró fuertemente hasta llegar a la orilla de la costa, ya que el bote iba abarrotado de náufragos y en los escasos botes ya no cabía un alma (Suarez 2005, Nava Contreras 2020, Traviezo 2021). El Dr. Hernández no sabía nadar, por eso este acontecimiento lo mantuvo en secreto ya que nunca quiso rememorarlo. Entiende que la providencia le indicaba que este viaje al oriente no era una buena idea, de manera que, retorna a Caracas, siendo esta la sexta vez que Dios lo protegía de un grave peligro.
En otra oportunidad, ya como profesor de Medicina de la universidad, había suspendido (reprobado) a varios estudiantes por tener, sin justificación alguna, cuarenta inasistencias en un mismo año, estos pésimos alumnos, junto con otros zagaletones amigos de ellos, molestos por la decisión, lo estaban esperando con palos y piedras para, entre todos, malograrlo al salir de la universidad. Algunos buenos estudiantes se enteraron de lo que acontecía y le dieron parte al profesor Hernández y al rector, su amigo Santos Dominici, quien estaba muy preocupado, por tanto, se ofreció acompañarlo, pero él le respondió:
“No hombre, no, si me acompañas, aquellos señores
van a pensar que tengo miedo...”
No obstante, Dominici lo siguió a cierta distancia sin que lo notara, sabiendo que estos tristes montoneros eran capaces de golpearlo fuertemente (Nava Contreras 2020, Traviezo 2021). Al instante de salir, los cinco “bizarros” alumnos, en cayapa y a traición, se enfrentan con el Dr. Hernández articulando gritos y amenazas, a lo que Hernández se quedó observándolos fijamente uno a uno y les dijo:
“Ustedes pueden hacer lo que quieran ...Yo solo me he limitado a cumplir con mi deber.
Únicamente me haré la ilusión de que me ha atropellado una carreta.”
Y se retiró pausadamente pasando en medio de ellos sin que nadie se atreviera a nada. Esta anécdota hizo eco en la universidad, donde todos comentaban del notable valor y buen humor de este maestro que no le temía a nada ni a nadie (Suarez 2005, Nava Contreras 2020, Traviezo 2021). Esto se asemeja a lo ocurrido con san Pedro cuando un ángel lo liberó de la cárcel por protección divina y ninguno de los guardias hizo nada para evitarlo (Hechos 12:5-17).
La tuberculosis es una enfermedad consecuencia de una infección por la bacteria Mycobacterium tuberculosis, que afecta principalmente los pulmones, se transmite por el aire cuando la persona infectada tose o estornuda y los bacilos son inalados por el hospedador sano. En la actualidad se previene sus formas graves, con la aplicación de la vacuna BCG (bacilo de Calmette-Guérin) luego de la aplicación generalmente se forma un pequeño nódulo y deja una cicatriz donde se aplicó.
Interesantemente el Dr. Hernández mientras estudió en Europa, conoció al Dr. Albert Calmete (eran contemporáneos) quien le obsequió un libro sobre el estudio de las uncinarias, libro que posteriormente le regalaría con una dedicatoria a Rafael Rangel, el padre del Bioanálisis y de la Parasitología en Venezuela (figura 1) quien para esa época fue su estudiante y asistente en el laboratorio de Microbiología de la Universidad Central de Venezuela.
Para 1913, el Dr. Hernández realiza su tercer intento de adentrarse en los caminos de la santidad y de la oración, tal que ingresa al Colegio Pio Latino Americano en Roma, allí estudiaría latín y teología, pero tiempo después, la tuberculosis lo atrapa nuevamente, situación que sumado al inicio de la Primera Guerra Mundial (28/07/1914) lo hacen regresar nuevamente a Caracas (Suarez 2005, Nava Contreras 2020, Traviezo 2021).
Quizás el Dr. Hernández contrajo originalmente la tuberculosis, por su costumbre de auscultar a sus pacientes colocando su oído directamente en el pecho de estos, solo colocando sobre el pecho del paciente un pañuelo de seda, esta proximidad sería el motivo de su contagio, no obstante, se salvaría por octava vez de la muerte por esta terrible enfermedad o de perecer en la Primera Guerra Mundial.
Figura 1
En 1917, cuando regresaba de hacer un postgrado en la ciudad de Nueva York, el Dr. Jose Gregorio Hernández aprovecha de pasar por la Ciudad de México para visitar a su sobrino que era, casualmente, también Médico, Temístocles Carvallo Hernández, quien vivía en la capital mexicana. Recién llegado a Ciudad de México, Hernández toma un carruaje tirado por un caballo (no le gustaban los coches mecánicos) y por ser día de navidad, la gente estaba muy agitada, bulliciosa y acelerada, por ende, el conductor del carruaje iba a gran velocidad, tal vez para hacer la mayor cantidad posible de pasajeros en este día de abundancia navideña, por esto pasa velozmente por una intersección, donde también venía velozmente un automóvil de la época (Suarez 2005, Nava Contreras 2020, Traviezo 2021).
Debido a la velocidad de los dos vehículos y la sorpresa para ambos conductores, la colisión fue inevitable (figura 2) lo que produjo que se volteara el carruaje junto con su caballo, el conductor y el pasajero (Hernández), llevando la peor parte el caballo del carruaje que fue embestido lateralmente por el automóvil, teniendo que ser sacrificado el equino por la gravedad de sus lesiones. Si el coche con el caballo hubiera ido un poco más rápido o el automóvil un poco más lento, toda la colisión se hubiera concentrado en el pasajero y el Dr. Hernández hubiera muerto o quedado gravemente herido en ese incidente, no obstante, Dios lo protegería por novena vez de un suceso potencialmente trágico.
A finales del año 1902 y comienzos del 1903, las poderosas flotas navales de Gran Bretaña, Alemania e Italia (también se unirían buques de Holanda, Bélgica y España) en conjunto, llevaron a cabo un bloqueo naval de las costas venezolanas, específicamente de La Guaira, Cumaná, Carúpano, Carenero, Guanta y la desembocadura del Orinoco, esto ocurrió en consecuencia al impago venezolano de una inmensa deuda, previamente adquirida, de unos 165.300.000 Bs de la época, este compromiso era, solamente, por concepto de intereses acumulados.
Esto motivó que el presidente y caudillo del momento, José Cipriano Castro Ruíz (1858-1924) convocara a todo varón mayor de edad, para incorporarlos a las fuerzas armadas y poder combatir la agresión de estas potencias europeas, de tal manera que el Dr. Hernández, en un ejemplo de patriotismo, fue uno de los primeros en enrolarse como soldado para proteger la soberanía de la patria (Salazar y Abancin, 2024).
A Dios gracias, Estado Unidos fungió como mediador entre las partes y Castro (asesorado) entendió que la diplomacia era mejor que la postura intransigente, esto liberó a los nuevos reclutas de una guerra desproporcional que hubiera sido sangrienta para Venezuela, ya que apenas contaba con diez viejos cañoneros (seis de ellos tomados fácilmente por los agresores sin combate alguno) con los que pretendía defenderse de 15 modernos acorazados de las armadas inglesa y alemana, lo cual hubiera sido el final trágico de miles de milicianos venezolanos, incluido el Dr. Hernández, quien más que como médico en la retaguardia quería ser soldado patriota en la vanguardia (Salazar y Abancin, 2024).
En octubre de 1918 alcanza a Venezuela la triste pandemia de la gripe española, que generaría el fin de más de cuarenta millones de almas en todo mundo; solamente en Venezuela se estima en ochenta mil los fallecimientos consecuencia de esta enfermedad, y de estos unos 1.500 fallecieron en la Caracas del Dr. Hernández, quien a Dios gracias, recién acababa de regresar de actualizar sus estudios de Embriología e Histología en Nueva York y en Madrid, incorporándose inmediatamente a atender a estos cientos de pacientes en emergencia. Se forman rápidamente juntas de socorro, comisiones en cada parroquia y seis nuevos hospitales improvisados de aislamiento.
El Dr. Hernández, fue uno de los mayores combatientes de esta pandemia, donde tenía que atender tantos pacientes que es trasladado en vehículos con a motor para ser más eficiente (los usó por 21 días) cosa que no le gustaba mucho a Hernández quien prefería los carruajes o andar a pie. Esta gripe española que, según historiadores, en realidad la introdujeron en ese entonces en España trabajadores chinos que fueron contratados para construir las vías de un ferrocarril, gentilicio que casualmente también sería el responsable de originar la pandemia de COVID 19 que recientemente mató a millones de personas en todo el mundo.
El Dr. Hernández y el Dr. Luis Razetti señalan públicamente, que lo que favorecía la mortalidad era el estado de pobreza y miseria en que vivían la mayoría de los venezolanos, terriblemente alimentados y sin condiciones de higiene, lo cual era agravado por el paludismo y la tuberculosis que eran y son, lamentablemente, endémicos en Venezuela. En diciembre de este 2018 la gripe se esfumo tan misteriosamente como lo fue su aparición. Es increíble que estando el Dr. Hernández en contacto con decenas de pacientes terriblemente infectados con este coronavirus, no se hubiera infectado él y muerto por esta dolencia, se evidencia que Dios Padre protegía con su manto a uno de sus mejores guerreros (González 2024, Traviezo 2021).
El sábado 28 de junio de 1919, el Dr. Hernández dicta la que sería su última clase en la universidad, el siguiente día, domingo 29 de junio de 1919, casualmente día de san Pedro y san Pablo, el Dr. Hernández amanece muy alegre ya que el día anterior se había firmó el Tratado de Versalles, terminando así la Primera Guerra Mundial, y en segundo lugar estaba contento porque cumplía 31 años de su graduación de doctor en medicina.
Temprano asiste a misa en el templo de la Divina Pastora, luego atiende algunos pacientes y seguidamente regresa a desayunar con su querida hermana María Isolina. Se nutre con pan untado con mantequilla, queso y un vaso de guarapo de papelón (Suarez 2005, Nava Contreras 2020, Blandenier 2021, Traviezo 2021). Por ser domingo, no tenía clases en la universidad, por esto aprovecha para organizar su consultorio, luego se dirige a visitar a los huérfanos del Asilo de la Divina Providencia y de allí a supervisar a algunos pacientes delicados del Hospital Vargas.
Ya al mediodía en su casa, se da su segundo baño del día y almuerza, deleitándose con una sopa de verduras y seguidamente con un plato de carne con legumbres y arroz. Luego de almorzar reposa en su silla mecedora, pero es interrumpido por la visita de varios amigos. Retiradas las visitas, casi a las tres de la tarde, le tocan intensamente la puerta para solicitar sus servicios por una urgencia que presentaba una anciana, acto seguido se dispone a ir rápidamente a su encuentro.
Como ya conocía el caso clínico, pasa primero por la botica de Amadores (farmacia) para comprarle las medicinas, una cuadra antes venía manejando un auto Hudson Essex, modelo 1918, un joven de 27 años, Fernando Bustamante Morales, quien había recibido pocos días antes su título de conducir, Bustamante observa que estaba detenido en la siguiente esquina el tranvía número 27, conducido por Mariano Paredes, entonces embraga y hace el cambio a tercera y gira a la izquierda para esquivar dicho tranvía eléctrico, yendo apenas a unos 30 km/hora (Blandenier 2021).
A todas estas, el Dr. Hernández sale con las medicinas de la farmacia y se coloca frente al tranvía detenido, cuándo Hernández se disponía a cruzar la calle, pero por lo alto del tranvía no pudo ver ni oír el automóvil que venía, ni el chofer pudo ver a Hernández, por esto el automóvil golpea con el guardafangos a Hernández quien cae de espaldas varios metros más adelante y golpea su cabeza contra el filo de la acera. Hernández maltrecho es montado en el mismo auto y llevado urgentemente al Hospital Vargas donde no había médicos de guardia por ser domingo, solo algunos estudiantes de Medicina, por esto Bustamante se dirige a buscar al Dr. Razetti a su casa, pero a su regreso al Hospital Vargas ya no había nada que hacer, había muerto el Dr. Hernández por politraumatismos cráneo encefálico.
A las siete de la mañana del siguiente día (lunes) se realiza una misa de cuerpo presente, oficiada por el arzobispo de Caracas, a las diez de la mañana es trasladado hasta el Paraninfo Universitario en los hombros de estudiantes y discípulos, se observaban dos hileras de médicos y estudiantes que precedían el cortejo fúnebre, cada uno de ellos llevaba una corona floral, sumando más de mil coronas ese día (Suarez 2005, Nava Contreras 2020, Blandenier 2021, Traviezo 2021).
Posteriormente su cadáver fue trasladado a la Catedral de Caracas, acompañado por unas 30.000 personas quienes querían darle su último adiós. De allí fu trasladado en hombros hasta el Cementerio General del Sur, donde sería enterrado bajo una lluvia de lágrimas de todos sus familiares, amigos, pacientes y estudiantes, quienes con gran dolor así despedían al médico de los pobres, al innovador de los estudios médicos en Venezuela, al cuarto beato venezolano, al primer santo de Venezuela, al Dr. José Gregorio Hernández Cisneros.
Figura 2. Diversos eventos que colocaron en riesgo al Dr. Hernández. Al fondo su casa de la Pastora en Caracas..
El día de la muerte del Dr. Hernández todos los habitantes de Caracas comentaban de la tragedia que había acompañado al Dr. Hernández, que habiendo tan pocos vehículos en la capital, uno de ellos fuera el motivo de su muerte, y no era extraña esta aseveración, ya que historiadores refieren que sería la segunda muerte por atropellamiento que se presentaba en Venezuela, por lo que, no había ni siquiera jurisprudencia en cómo proceder legalmente en estos casos contra el conductor del automóvil.
Una vez hecho el recorrido por estos once momentos de su vida, donde evadió la muerte, sorprendentemente se nota que el Dr. Hernández, lejos de lo que se comentó en el argot popular, realmente presento mucha suerte, tal vez protegido por el manto divino de Dios, quien ya tenía escrito toda la maravillosa historia de ciencia y de humanidad que lo acompañarían en su recorrido fructífero y humano por este mundo.
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